Por lo general encuentro poco que leer en El País Semanal, pero Javier Cercas suele estar entre ese poco. Esta semana (no está el enlace disponible aún en la edición digital) Javier Cercas, a cuenta de la oposición entre «lo real» y «lo simbólico», dice:
Desde hace más de dos siglos se sabe que el principal problema de este país es la educación: el desprecio por los valores del esfuerzo y el conocimiento y la falta de respeto por quienes tratan de inculcarlos (…) Sin embargo, a juzgar por los resultados de los estudios que periódicamente leemos en la prensa -y que periódicamente nos sitúan a la cola de los países de nuestro entorno en materia educativa-, no parece que haya servido de mucho; la razón es que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace; o, lo que es lo mismo: la razón es que, dado que en política las convicciones son poco más que símbolos y los presupuestos son la realidad, en materia educativa los políticos han tendido a actuar como fanáticos de lo simbólico. No hay duda de que las convicciones del nuevo ministro son excelentes: vindica el esfuerzo y la disciplina, clama por un pacto que no obligue a cambiar de modelo educativo cada vez que cambia el Gobierno, pretende remediar la induficiencia de medios en escuelas y universidades. Excelente: ahora sólo falta convertir esas convicciones en presupuestos, esos símbolos en realidad.
Ay, Javier Cercas. Por muy de acuerdo que esté contigo otras veces, esta vez me parece que no haces más que repetir los tópicos que oyes y lees a todas horas (entre otros sitios en tu propio medio).
Empiezo por lo más fácil: ¿es cuestión de dinero? Efectivamente, hasta cierto punto es cuestión de dinero, y España no destaca por estar entre los primeros tampoco en el dinero que se gasta.
Pero algunas Comunidades Autonomas sí se gastan bastante dinero, y siendo sus resultados algo mejores que la media, tampoco son espectacularmente mejores.
Luego otras Comunidades Autónomas, empezando por Madrid, efectivamente se gastan demasiado poco, ridículamente poco podriamos decir. Pero ¿cómo va a arreglar eso el ministro de Educación del Estado, estando casi todas las competencias y el gasto transferido?
Ahora se va a gastar el Estado efectivamente una pasta (según parece) en comprar a cada alumno de once años un portátil. ¿Sirve eso para algo, en ausencia de otras medidas, de un proyecto donde el portátil sirva para algo, de unos maestros que sepan usarlo y sacarle partido? Lo veremos, pero creo que servirá para muy poco.
O sea, que es cuestión de dinero, pero sólo en parte, y en una parte muy pequeña en lo que depende directamente del ministerio.
Y luego el bendito mantra «Esfuerzo, Disciplina y Respeto a los Enseñantes». Pues nada, contestemos «Sin pecado concebida» y a seguir con lo mismo.
Esa memez la leemos doscientas veces al mes y parece que nadie se molesta en pensar un poco sobre lo que puede significar.
¿Esfuerzo y disciplina por parte de quien? Se sobreentiende siempre que por parte de los alumnos.
Pero es el caso que en el sistema las variables que se supone que el poder público controla son las de sus propios recursos y empleados. Por tanto, de quien debiera poder obtener esfuerzo y disciplina es de éstos, incluyendo profesores, no docentes y burócratas. De eso no se oye hablar nada.
Porque si sólo el esfuerzo y disciplina de los alumnos fuera suficiente, sería signo claro de que el sistema educativo en su conjunto más bien está sobrando, puesto que no aporta nada ni supone ninguna diferencia.
¿Y el respeto? ¿Qué respeto tiene por ejemplo por los enseñantes de primaria quien les proporciona y exige una formación insuficiente y les considera de menos categoría estatutaria y salarial que el resto de los profesores? ¿Por qué no es «maestro» el calificativo y la categoría más honrosa, como lo es en la música y otras artes, de modo que todos los profesores se esforzaran por ser y parecer maestros, en lugar de hacer lo posible para no ser tales ni que por tales se les considere?
El último tópico penoso es ese de que en España hay un vaivén de modelos educativos cada vez que cambia un gobierno. Pues no, no hay tal. Las leyes educativas cambian unas pocas cosas, más bien sobre el papel que sobre la realidad (más bien en el terreno «simbólico» que diría Cercas). Pero el modelo educativo como tal, viene a ser el mismo, con pocos cambios, que era en 1880.
Cambia el detalle y el contenido de algunas ordenanzas. Pero no cambia el concepto mismo de reglamentismo cominero y cuartelario, ni la equivocada convicción de que ese detallado y autoritario reglamentismo es la esencia misma del «sistema educativo» y aquello en lo que consiste.
Y todos esos reglamentos se podrían comparar con un cuartel donde se dispusiera hasta el mínimo detalle del servicio de comedor, el orden de los tenedores y el protocolo en la mesa de los reclutas, mientras a nadie le preocupa que el rancho sea asqueroso y las cucarachas corran por todas partes. Porque, ¿donde está la evaluación del sistema como tal y de cada centro, departamento y profesor? ¿dónde la justificación de cada parte del irracional curriculum? ¿dónde los protocolos para tratar a los que no hablan el idioma, para detectar la dislexia o la mala vista u otro problema de aprendizaje? ¿dónde tantas otras cosas que enumerarlas sería cansino?